viernes, 2 de noviembre de 2007

Sí, somos los mismos pero en diferentes proporciones.

Las celebraciones del 12 de octubre cada año van mutando en la concepción de su importancia para nosotros los habitantes del nuevo mundo. Hace años, celebrábamos la hispanidad, luego criticamos la masacre de una raza; ahora debemos celebrar lo mejor de ambas culturas de las cuales somos descendientes. Pero vamos a tener que ir un poco más allá. El nuevo mundo se pobló de tres tipos de gente: de indígenas americanos, de europeos y de africanos. Parece fácil entonces tratar de llegar a una idea global de lo que sería la descendencia de estas tres razas, pero no es así. Cada una de estas razas es muy diferente entre si, no tanto de la otra sino de si misma. Por ejemplo: la raza indígena americana puede ser subdividida en varios grupos étnicos: los indios de norte América, los del noroeste de América, los centroamericanos y los suramericanos.

Hay indicios científicos basados en análisis de ADN mitocondríaco que los indios del noreste americano ya tenían sangre europea antes de la llegada de Colón debido a dos probables exposiciones, una ocurrida hace más de 100.000 años con habitantes franceses y la otra en el siglo 10 después de Cristo con vikingos ligados a la venida de Eric El Rojo desde escandinavia a las costas de Vinland en lo que hoy es Canadá. Por otro lado, los demás indios de América son evidentemente asiáticos variando los tipos en el porcentaje de adaptación al medio ambiente de acuerdo a la migración por el continente. Los indios del noroeste americano, los Inuit o eskimales como generalmente se les conoce tienen rasgos mucho más orientales porque ellos fueron los últimos en llegar de Asia por eso mantienen más sus facciones asiáticas. El resto de los indígenas caen en tres grandes grupos. Los Aztecas, los Incas y lo Kariñas o Caribes, cada uno de estos tres muy diferentes entre si racial y socialmente.

Por el lado europeo, hay muchas variantes de raza que sería muy extenso explicar, pero podemos resumir en que las diferencias son tantas que hasta los mismos españoles no son iguales los unos con los otros, especialmente al tiempo de la conquista cuando España como nación solo había existido por unos cuantos meses al igual que el castellano como su idioma oficial. La migración colonizadora a América desde Europa fue principalmente de la siguiente forma:

Migración colonizadora
España -> Hispanoamérica
Portugal -> Brasil
Reino Unido, Alemania, Holanda, Francia -> Norteamérica
Holanda, Francia, Reino Unido, España -> Islas del Caribe

Por último, la inmigración africana también fue muy diferente. Las razas y sociedades de África del norte son muy diferentes de las del centro y del sur de África. La mayoría de inmigración africana hacia la América angloparlante vino del sur de África, la de la luso parlante vino de África central y la de la hispano parlante del norte y del centro de África. En el norte de África encontramos a personas muy cultas que generalmente hablaban más de una lengua, musulmanes y acostumbrados a intenso calor (Sahara) o intenso frio (montañas Atlas), generalmente flacos de contextura. En el centro del continente, tenemos a personas de baja estatura regordetes y de piel de pigmentación muy intensa y brillante. Al sur tenemos a personas bien fornidas, muy guerreras, acostumbrados al frío y generalmente dedicadas al pastoreo de ganado.

Ahora bien, ya teniendo identificadas las diferentes matrices de materia prima, ahora necesitamos también tomar en cuenta la proporción de cada una de ellas en la elaboración del producto terminado. Es muy obvio que en México, Guatemala, Perú y Bolivia el ingrediente indígena es el mayor. La diferencia viene ahora en ver quienes comprenden la minoría; en Perú por ejemplo, esa minoría es española y africana cuando en México, Guatemala y Bolivia es solamente española.

Eso nos trae a la conformación de la raza “criolla”. Los criollos son la mezcla de las tres razas que colonizaron al nuevo mundo, indios, europeos y africanos. Aunque parezca mentira, esta raza es minoritaria comparada con el resto de la población del continente y solo se consigue en el caribe, Ecuador, Perú y Brasil mayormente. Y siempre el lado europeo lo conforman españoles, portugueses o franceses como en el caso de los “creoles o cajún” (criollos) de Louisiana en Estados Unidos.

Sin embargo, en todos los países del nuevo mundo hay mucha gente que nunca se mezcló con otras razas, un ejemplo es la familia del libertador Simón Bolívar quien a pesar de haber sido descendientes de un español que vino con Colón en su primer viaje, nunca ligaron su raza con indígenas o africanos. De hecho, muchas personas descendientes de africanos llevan el apellido Bolívar en el estado Aragua pero esto se debe a que sus antepasados eran propiedad de los Bolívar mas no sus descendientes.

En fin, celebremos el 12 de octubre como el día en que vinimos a ser lo que somos, en toda nuestra particularidad, una mezcla en proporción.

Marcos Sánchez Urquiola

General de División Francisco Burdett O´Connor (Apuntes Biográficos)

La gesta independentista no fue solo producto del esfuerzo de unos pocos oficiales. Fue el resultado de la dedicación y el amor de muchas personas venidas de muchas partes del mundo entero a luchar por la libertad y la justicia. Entre estas personas está el Gral. Francisco O´Connor, hombre no reconocido por la historia pero hombre a quien la historia misma le debe el digno sitial de incluirlo entre los próceres que nos dieron la libertad.

Su historia, al contrario de la del resto de los próceres de la patria, no termina tempranamente. Su vida fué larga y fructífera.

Nace Francis Burdett O´Connor el 12 de junio de 1791 en la ciudad de Cork, Irlanda, segundo hijo de Roger O´Connor, descendiente de una familia de la casa real de Irlanda. En 1818 abandona su país a bordo del buque "Hannah" que trae el Gral. Devereux con 201 hombres entre jefes, oficiales y tropa desde Gran Bretaña por órden del Libertador. El buque llega a la isla de Margarita (como lo hicieron todos los buques que trajeron a los Británicos) donde los hombres se ponen a la órden del Almirante Bryon, comandante militar de la plaza. En Margarita fue nombrado comandante del batallón de infantería Lanceros, parte del batallón ligero Cundinamarca que luego se embarcó hacia Rio Hacha bajo el mando del Coronel O´Lalor con la finalidad de ayudar al Libertador a tomar Cartagena. En este esfuerzo O´Connor fue jefe de estado del departamento de Santa Marta y luego de Panamá. Parte de Panamá en 1823 al mando de 1.600 hombres del Batallón Istmo por órdenes del Gral. Carreño para ir al Perú a ponerse bajo las órdenes del Libertador.

En Perú Bolívar lo pone a disposición del Gral. Sucre y es O´Connor quien se adelanta por órden de Sucre y escoje estratégicamente el campo donde se libró la batalla de Ayacucho, dando la victoria a las tropas patriótas sobre la libertad en América.

Posteriormente es nombrado Gobernador militar en Bolivia por el Mariscal de Ayacucho. Es ascendido a general del Ejército Libertador de Colombia y luego se incorpora al ejército de la República de Bolivia donde es ascendido posteriormente a General de División. Muere el 5 de octubre de 1871 a la edad de 81 años. Hasta el día en que murió, el Gral. O´Connor montó en su caballo.

La historia de próceres poco conocidos como el Gral. O´Connor son importantes especialmente porque, hombres como él formaron parte del batallón británico que vino a América a ayudarnos con la guerra contra España. O´Connor fue uno de los pocos oficiales extranjeros que lograron llegar al grado de general del Ejercito de Liberación de Colombia, ya que el mismo Libertador tenía por política no permitirles ascender sino hasta el grado de coronel. Sin embargo, dado el caso extraordinario de las capacidades militares del Gral. O´Connor, el Libertador le confiere el grado y luego, ya formando parte del Ejercito de la República de Bolivia, es ascendido otra vez, para ese momento ya era boliviano por naturalización.

Ana Soto y el Baile de las Turas.

La ecología, la ciencia y la religión son temas muy diferentes a nuestro parecer occidental. Para nosotros nada tiene que ver el cuidado del médio ambiente, la agricultura y el acercamiento a los poderes creadores del universo. Sin embargo en la Venezuela de los años mil seiscientos, los pobladores originales de este país conjugaban estos tres conceptos en uno solo.

Para el momento de la llegada de los españoles a las tierras al norte del estado Lara, sur de Falcón, en las cercanias a Churuguara, habitaban allí las tribus indígenas de los "Gayones" y "Cámagos". Como fue el común denominador en todo este proceso en la América, los pobladores originales vieron amenazada su forma de vida, su libertad y su prole. La vía obvia fue tomar las armas, la defensa militar de su modo de vida y de sus tierras. Esta fue una pelea asimétrica que no tardo mucho en manifestar su inclinación.

Debido a la cultura misma de los indios y en vista de la disminución de la población masculina, son las mujeres las que toman el cacicazgo de sus tribus y continúan llevando a cabo la guerra armada en contra del invasor. Ana Soto es una indígena que llega a convertirse en cacique de su grupo por estas razones. Su verdadero nombre indigena se perdió en el silencio y el verdor del pie de sierra, pero su eco retumba hasta hoy día en su descendencia. Lo oimos frecuentemente, pero ya no lo entendemos. A ella le fue dado ese nombre por los españoles para poder nombrar de alguna forma a ese espanto cuasi real que causó tantas bajas del lado español. Nosotros, no recibimos nombres españoles para poder nombrarnos de alguna forma. Somos, no se si para desgracia o virtud de Ana Soto, descendientes del enemigo. En nuestros nombres y rasgos se manifiestan características viscaínas, asturianas, catalanas o de algún otro rincón de Iberia.

Ante el genocidio de su pueblo y la evidente pérdida de sus tierras, Ana Soto tiene un dilema: ¿Cómo hacer para sobrevivir? ¿Cómo comemos? ¿Cómo mantenemos armonía en nuestro espíritu?

Cuenta un tal capitan Ramírez y así ha quedado asentado en el Archivo de Indias, que Ana Soto era el demonio en pintura. De hecho, nadie había visto a Ana Soto y se pensaba que su figura no era mas que una leyenda. Leyenda que los mismos españoles se obligaron a creer puesto que las matanzas producidas por ella y su gente eran verdaderamente dignas de un animal de acecho. Ana liderizaba un grupo grande, disipado y muy bien entrenado; motivado diría yo. En el pensamiento civil-religioso del tiempo de la inquisición, no es difícil imaginar el concepto que el tal capitan Ramírez se formo de Ana Soto. El capitan describe a la india como "un espanto que se fuga entre los matorrales para desaparecer entre ellos como cosa del demonio. No se le puede seguir el rastro porque no deja".

"Hay que asegurar el maíz", es el alma del pueblo, pensó Ana Soto. Resulta que antes de la llegada del invasor, los guayones y cámagos tenían la costumbre de asegurar la cocecha del maíz a través de un baile de gracias. En ese baile, ellos daban gracias al poder creador, pedían bendición por la siembra y científicamente (a su pensar) se libraban de plagas, lluvias y vientos. Se adornaban las extremidades con mazorcas amarradas por las hojas, se adornaban la cabeza y la cintura y bailaban. Ana Soto vió la imperante necesidad de salvaguardar el futuro de su pueblo y paralelamente al esfuerzo bélico, puso en marcha un plan científico-religioso para asegurarse de ello. Escogió un punado de mujeres y en las noches sin luna se adentraba en la sierra, lejos de los suyos y de los otros y allí bailaban el "BAILE DE LAS TURAS". La mágia de las turas todavía existe hoy día; en la oscuridad de la noche bajan de más arriba los duendes con cocuyos encendidos. El baile de las turas se baila en el presente en el norte del estado Lara, de la misma forma en que se bailó allí hace quinientos años. Ana Soto estuvo en lo correcto, el baile preservó a su gente.

Toda esta historia la supe del profesor Páez, el gordo Páez. Pedagogo, cantante, poeta y director de la oficina de libros de texto del ministerio de educación seccional Lara quien estaba en ese momento preparando un libro de historietas al mejor estilo de los Marvel Comics sobre la vida de la heroína Ana Soto. El profesor Páez me mostró el proyecto y fotocopias del diario del capitan que forma parte del archivo de indias acerca del asunto Ana Soto.

El conocimiento de esta historia coincidio con un sueño muy extraño que tuve por esos días. Soñé que mi abuelita Georgina de Urquiola estaba sentada en un sillón madera y cuero negro que ella tenía en el recibo de su casa. Mi abuela era una mujer pequeña y delgada de cabellos muy lisos y al final de sus días comenzó a sufrir de un mal que hinchaba sus muñecas, razón por la cual siempre llevaba sus puños cerrados como aguantando el dolor que le causaba. En mi sueño las manos de Gina, como cariñósamente la llamábamos, estaban sobre el grueso posamanos del sillón y yo la miraba hacia arriba como acostado en el piso a sus pies. De pronto la cara de Gina de volvió extraña y se comenzó a tornar mas gruesa y con unos ojos grandes y penetrantes. Me incorporé en ese momento en mi sueño y ví como las manos de Gina se convertían en garras. Al volver a ver su cara ya no estaba allí la cara de mi abuela, era un jaguar completamente. No tuve miedo pues algo me dijo que aunque esto era ahora un jaguar, todavía era mi abuela. El jaguar se hechó junto al sillón y yo me senté en él. Ese fue mi sueño. Extraño y sin aparente significado. No pude deshacerme del sueño, sin embargo. Su extraña naturaleza se fijó en mi, precisamente por lo ilógico de su desarrollo.

Dice el archivo de indias que Ana Soto si fue una mujer real y que se casó posteriormente y tuvo descendencia. El nombre de su esposo era "PEDRO MONGES" natural de la población de Mucuragua y según dice el capitan Ramírez en el archivo de indias, "Monges es un espanto igual que su mujer y se cree que se convierte en jaguar".

Notas del autor:

  • El nombre de soltera de mi abuela materna era Georgina Guarecuco Monges y era natural de Mucuragua, una pequeña población al norte del estado Lara. Gina era descendiente de Ana Soto y Pedro Monges.

Marcos Sánchez Urquiola
Febrero, 2.002

La Alemana Engrillada.

En el Barquisimeto de ayer existía un mercado mayorista que quedaba en el casco central de la ciudad el cual abarcaba unas doce manzanas en donde se negociaban diariamente los productos que venían de los llanos y los andes en ruta para otras partes del país. “El Mercado del Manteco” era un lugar pestilente y peligroso, hogar para un incontable número de burdeles y botiquines donde los comerciantes llevaban a cabo sus negocios y donde los caleteros y choferes conseguían siempre algo más de lo que andaban buscando. Sus calles estaban repletas de camiones estacionados, las aceras bullían con gente caminando de un lado a otro en sus quehaceres; vendiendo papas, llevando guacales de tomates, cargando sacos de cebollas en los 750, muchachos vendiendo empanadas y ancianos con termos de café y chocolate. Todos con los zapatos sucios de sortear los pozos de agua con restos de legumbres. Todos apurados, todos con cuidado. Los comerciantes del manteco eran hombres de diferentes vidas; había criollos, canarios, portugueses, gordos, flacos, morenos y catires; eso sí, todos eran groseros, borrachos y puteros pero hábiles para el negocio y con los bolsillos llenos de billetes. Uno no conocía sus familias, eran generalmente solitarios, solo unos pocos tenían pareja e hijos conocidos pero cualquiera que fuera el caso, siempre vivían dentro del negocio.

Allí me crié yo, allí nací. El mercado siempre fue peligroso y cada vez que salía a la calle con mi abuela, sentía como su mano agarraba mi muñeca fuertemente hasta que llegábamos a la avenida El Comercio, hoy Av. 20 o a la Avenida Venezuela; una vez allí aquella llave de tranca se convertía en una tierna y cariñosa caricia que agarraba ahora la palma de mi mano. De vuelta, al acercarnos de nuevo a la calle El Carmen hoy Carrera 23, el agarre de mi abuela cambiaba otra vez no se si a mi favor o en mi contra; no se si por el cruzar de calles o por la pestilencia que se incrementaba. La sensación de seguridad no llegaba al ver la casa de mi abuela sino al dejar el largo zaguán y cerrar la puerta. Atrás quedaba el ruido y el peligro aunque todavía manteníamos los aromas. La casa de mi abuela tenía dos patios interiores y un largo y angosto solar con árboles y arbustos, gallinas y jaulas de pájaros de todos tipos y colores. En ese solar el mundo cambiaba, ese era mi lugar de sueños, allí de niño planifiqué mi vida, mis viajes y los nombres de mis hijos. Encima del mamón macho monté una caja de madera y tuve la casa sobre un árbol con la que mucha gente sueña. De allí solo bajaba cuando oscurecía; allí estaba en otro lugar y me imagino que mi abuela se sentía segura teniendo el muchacho en el solar en vez de estar pendiente de la calle, del manteco.

Mi abuela era una mujer muy atrevida; era comerciante, tenía una quincalla en un localcito comercial en la parte delantera de la casa. Allí vendía jabones, juguetes, sobres, sombreros, hacía y vendía ropa y otras mercancías. Ella era una mujer de campo, hija de gente de campo por varias generaciones. Sin embargo ni los años en su Chejendé natal, ni los años viviendo en Los Yabos, ni los años de su ascendencia en el campo acortaron su visión ni su voluntad. Mi abuela viajó por Perú, Chile, Curazao, Colombia y Argentina en donde estuvo bastante tiempo visitando a mi papá cuando él estuvo allí estudiando. Su amor no tuvo medida, pero su voluntad tampoco y su concepción del bien y el mal estaba muy demarcada y se hacia presente hasta en un apretar de manos.

Una vez subido yo en el mamón macho, en las ramas más arriba de la casita, oí un sollozo que venía de detrás de la pared de al lado. Este ruido lo oí varias veces sin hacerle caso. Al lado había una venta de vegetales al mayor que era de un canario llamado Mario un catire él de muy pocas palabras, pero muy vulgares generalmente. Yo sabía quien era Mario, pero no lo conocía como de hecho no conocía a nadie en el manteco, mi abuela no me dejaba. Como los sollozos siguieron, un buen día bajé del árbol y me subí a la pared con una escalera grande que tenía mi abuela para agarrar las guanábanas antes de que se cayeran y se echaran a perder. Logré alzar la cabeza por encima de la pared y ver por primera vez en mi vida una mujer desnuda. Me dio tanto miedo de que me viera que bajé inmediatamente. Después la curiosidad me obligó a subir de nuevo, esta vez con mas calma, pero más decidido. Cuando logré sacar la cabeza de nuevo, ví todo con más detalle. La mujer si estaba desnuda, pero estaba toda sucia y despeinada también. Era una flaca catira como de unos 26 años y había unos niñitos con ella un varón como de unos 4 y una hembrita en brazos; desnudos ellos también. La escena me causó impresión y aún más curiosidad. ¿Quién era esa gente? ¿Qué hacía allí? ¿Por qué estaban desnudos? ¿Quién era el que lloraba? La que lloraba era ella, la catira. Allí me di cuenta de algo más; la mujer estaba amarrada con una cadena en una pierna trancada con un candado y la cadena soldada a unas cabillas que salían del suelo. La cadena como de tres metros la daban lo suficiente a la mujer para meterse debajo de un techito de zinc que sobresalía del local de al lado. Allí estaba la mujer parada cuando la ví por primera vez; desnuda, a la sombra del techito con la niñita en sus brazos, el varoncito estaba más lejos jugando de espaldas. Me bajé de la escalera y me metí en la casa a pensar en lo que había visto.

Al día siguiente como a las tres de la tarde me volví a subir en la escalera. La escena era la misma, pero esta vez la mujer me vio al tan solo asomar la cabeza. La mujer me habló con un tono buen pacito. Sus ojos me dijeron más que sus palabras porque no pude entender lo que decía; ella hablaba en otro idioma. La mujer dijo muchas cosas y movió las manos. Lo único que entendí fueron dos gestos que hizo. Apuntó para dentro del local y luego se llevó el dedo índice a los labios apuntando a su nariz. La mujer fue muy enfática en esto pues lo hizo varias veces. Lo otro que hizo fue juntar sus dedos y llevarlos a la boca varias veces; después se sobaba el estomago de manera circular. Ya esto era muy extraño. Bajé de la escalera y me fui directo a la quincalla. Allí conseguí a mi abuela parada frente al mostrador de vidrio atendiendo a una cliente. Cuando finalmente se fue la cliente, le confesé a mi abuela la travesura que había hecho. Que me había montado en la escalera y que había visto para el local de al lado por encima de la pared. Mi abuela inmutó, sus ojos me adelantaron lo que se me venia encima, pero no dijo nada, yo seguí hablando y le conté lo de la mujer y lo de las señas y de que no le entendí nada de lo que dijo. Mi abuela no dijo nada, dio la vuelta al mostrador y cerró las puertas del negocio. Se quedó pensativa un momento y luego salio al pasillo en dirección al solar por delante de mi. En ningún momento volteó a mirarme. Abrió la puerta del solar y solo cuando llegó al pie de la escalera volteó, me miro y me hizo el mismo ademán que me había hecho la mujer solo unos minutos. Me miró fijamente y se llevó el índice a los labios; fue menos expresiva pero igual de enfática. Eso también lo entendí. Una vez que subió la escalera y sobre la pared la oí hablando y después gesticulando. Duro allí un largo rato, luego bajó, y aunque estábamos dentro de la casa me agarró por la muñeca y me apretó como si estuviéramos saliendo a la calle y me sacó del solar a paso rápido y firme. Yo pensé que después de haber visto todo lo que yo había hecho finalmente llegaba la hora del reparo y que me daría mi buena pela como le dicen en Chejendé. Pero no fue así, una vez en la cocina, mi abuela me dijo que me sentara en la mesa de la cocina y que no me moviera de allí. Ella procedió a preparar algunas cosas que sacó de la nevera, hizo unas arepas, metió todo en los moldes de aluminio en donde ella hacía el quesillo. Tapó todo, lo metió en unas bolsas marrones de papel y estas dentro de un saco pequeño donde venían unas naranjas. Fue a la quincalla y trajo el mecatillo que usaba para amarrar la mercancía que vendía, amarró el saco en una punta y se fue de vuelta al solar, esta vez sola.

Duró mucho rato, pero volvió con la cara cambiada; ahora estaba mas tranquila, pero suspiraba mucho. Fue en eso momento, en la cocina cuando por fin me hablo. Me dijo que yo había hecho bien al decirle lo de la mujer desnuda. Cuando le pregunte si ella había hablado con la mujer me dijo que sí, pero que no le entendió nada de lo que dijo. Ya al día siguiente, y de ahí en adelante fue mi abuela sola la que liderizó las visitas al solar y las montadas en la escalera sobre la pared. Lo hacia dos veces diarias religiosamente. El mismo saco, el mismo método del mecatillo pero ya no había bolsas. La abuela bajaba el saco y en un momentito el saco regresaba con los mismos trastes, pero sin comida. Esto duró varios días y durante esos días comenzamos mi abuela y yo a salir bastante temprano en la mañana. Bajábamos por la carrera 23 hasta la calle 25 y allí doblábamos a la derecha, derechito hasta el edifico nacional unos días, otros tomábamos la calle 32 hasta un edificio al lado del Lisandro Alvarado, otras veces no recuerdo adonde, lo que si recuerdo es que ya la mano no aflojaba. Mi abuela asía mi muñeca de la misma forma todo el camino de ida y vuelta como si estuviéramos en el manteco.

Todo siguió igual hasta que un día llegó una gente a la quincalla y me abuela me metió en el cuarto y me dijo que no saliera. La ví pasando con la gente, unas personas bien vestidas y unos hombres en uniforme por el pasillo en ruta al solar. Duraron allí un tiempo y después regresaron. Mi abuela se quedó conmigo en el cuarto y después de eso nunca mas volvió a montarse en la escalera. Al día siguiente fuimos a un sitio, siempre a pie, esta vez por primera vez en semanas su mano volvió a tocar mi palma cuando pasamos la avenida veinte. En un edificio vimos a la mujer y a los dos niños que estaban vestidos esta vez. Mi abuela llevaba una bolsa con ropa, jabones cepillos de dientes y muchas otras cosas que había sacado de la quincalla. La mujer y mi abuela hablaron por mucho tiempo, horas. Solo que mi abuela le hablaba en español y la mujer hablaba en otro idioma. La dos hablaron mucho, la mujer lloraba a veces y a veces sonreía. Abrazaba a mi abuela y ponía su cabeza junto a la de ella sien con sien, cachete con cachete. A mi también me abrazó y me besó. Fue la primera vez que tuve para detallarla. Era muy catira, con ojos azules y dientes picados, muy flaca. Las visitas a este sitio las hicimos todas las tardes sin falta. Mi abuela siempre llevó una bolsa con regalos para ella o los niños. Como una semana después, cuando fuimos a visitarla conseguimos allí a una señora mayor muy bien vestida, recuerdo mucho que la señora vestía pantalones rosado claro y usaba collar y pulseras y tenia un peinado como de fiesta. La señora tenía a alguien que venia con ella que hablaba castellano. Fue la primera vez que mi abuela y la mujer pudieron hablarse entre ellas a través de un interprete, aunque ya se que ellas antes entendían muy bien. Sin embargo allí supimos la historia real de la mujer.

Resulta que el canario había estado en viviendo en Alemania antes de venirse a Venezuela. Allí conoció a esta muchacha y vinieron ambos a Venezuela como turistas. Una vez aquí el canario se quedó pero la mujer se quiso devolver a Alemania. En ese momento Mario, el canario la encerró en el patio del local y la engrilló para que no saliera. Allí la mujer tuvo dos hijos de Mario. Los parió sola y engrillada en el solar. La mujer vivió seis años en Venezuela, pero nunca aprendió a hablar castellano porque Mario le hablaba en alemán. No conoció la ciudad, ni pudo hablar más con su familia. Una vez libre, la mujer pudo comunicarse con alguien en la embajada alemana en Caracas quien a su vez, logró comunicarse con su familia. La señora mayor con los collares era su mamá que vino a buscarla desde Alemania. Ella pensaba que su hija había muerto. El manteco desapareció muchos años después, a Mario el canario nunca mas lo volví a ver ni a saber de él. Pero una cosa se mantuvo constante durante todo el tiempo hasta la muerte de mi abuela, unos sobres que llegaban a casa de mi abuela regularmente con fotos y cartas desde Alemania.

Marcos Sánchez Urquiola
Marzo 2.000

María Lionza, reina de su gente.

María Lionza fue una mujer indígena princesa de su tribu; era hija del cacique Yaracuy, nieta del cacique Chilúa y biznieta del cacique Yare, todos grandes hombres guerreros y estadistas. El nacimiento de María Lionza debe haber ocurrido alrededor del año 1.535 en el estado que hoy lleva el nombre de su padre. Hay dos tendencias en cuanto al nombre real de María Lionza; uno que le atribuye el nombre de “Yara”, cosa poco probable ya que el significado de esa palabra es “agua”. La otra tendencia le atribuye el nombre de “Yurubí” cosa poco más creíble porque significa “agua caudalosa”. En ambos casos el agua es el factor común en la vida de Yurubí, y es el agua precisamente la que define su vida. Para su tribu el tener ojos claros era mal visto, un mal presagio. Como Yurubí nació con los ojos claros, su padre le prohibió verse en el agua, por eso solo se le permitía bañarse o acercarse al agua de noche, cosa que debió haber sido muy erótica para los varones de su tribu. Una mujer joven y bella bañándose sola de noche. En una oportunidad una serpiente anaconda cautivada por la belleza de la joven mujer engañó a Yurubí y la hizo que se fijara en su propia reflexión en el agua de un pozo del río.

La india se dio cuenta de su belleza y del extraño color de sus ojos por primera vez en su vida. La serpiente, quien era la dueña del río, fue apresada por su mal proceder, pero esta se hinchó de rabia y desamor hasta que logro sacar toda el agua del pozo inundando toda la aldea, para luego morir reventada. De esta manera la joven y bella princesa terminó siendo la dueña del pozo, del río y de toda el agua, protectora de los peces y luego de toda la flora y la fauna. De allí viene el nombre del río Yurubí y del parque nacional. El hogar de Yurubí se llamaba “Quibayo” lugar que todavía existe en la montaña que posteriormente un geógrafo catalán describiría en sus mapas como “montagne de la bonne sorte” (montaña de la buena suerte) o simplemente “montaña de Sorte”.

La historia de Yurubí esta estrechamente ligada con la de su padre Yaracuy. Resulta que Yaracuy comandaba un imperio de más de 500 poblaciones indígenas, conocida como Guadabacoa. En el momento del descubrimiento, el inmenso imperio central estaba integrado por tribus, tales como los tarananas, yaritagua, acharigua, torondoyes, y zararas. Otras tribus, entre ellas los macaures y los caripes se aliaron con los españoles para hacerle frente a Yaracuy. El conquistador Diego García de Paredes, junto con el capitán Juan de Vargas, intentaron tomar tierra firme e instalarse en el bastión de El Tocuyo, pero Yaracuy los venció en la batalla de Cuyucutúa, en 1552. Luego es capturado y condenado a muerte, pero consigue desarmar y poner fuera de combate a varios soldados y al fin sucumbió bajo el fuego de los arcabuces. Aquí se produce una de las escenas más representativas de la historia de Venezuela: la voluntad de un venezolano a no dejarse embromar por los demás. La mañana en que vienen a buscar a Yaracuy a su celda para llevarlo al cadalso para ser ahorcado, entran dos soldados y Yaracuy, quien había estado muy calmado y callado durante toda la noche se acerca a uno de ellos por la espalda, le tomo del cuello y lo desnucó; al hacerlo el otro soldado pudo descubrir que Yaracuy hablaba español porque le oyó decir estas palabras. “Me voy, pero no solo”, la sorpresa de éste soldado fue tal que Yaracuy logro escapar de su celda logrando así matar otros soldados que le esperaban afuera. Todo esto sucedió en lo que hoy son las ruinas de San Felipe el Fuerte en la ciudad de San Felipe, capital del estado que hoy lleva su nombre, Yaracuy. (El nombre completo de la ciudad de San Felipe es San Felipe el Fuerte). Por esto, tiempo después pagarían los hombres mujeres y niños de la única ciudad totalmente amurallada de Venezuela. Los miembros de la tribu de Yaracuy entraron en el fuerte y mataron a todo ser viviente, humanos y animales para luego quemar y destruir toda la ciudad, trabajo que terminó el terremoto de 1812. Por esa razón en las ruinas del fuerte solo quedan las lozas del piso y algunas pocas paredes de lo que fue una vez una ciudad completa.

Una vez muerto Yaracuy, Yurubí asumió el cacicazgo de su tribu como fue el caso con muchas mujeres venezolanas que se vieron en la necesidad de convertirse en caciques por la escasez de hombres dejada por la guerra contra la invasión conquistadora. Yurubí como cacique comenzó a ser una magnífica estratega militar y los españoles siguieron teniendo bajas en sus bandos como cuando Yaracuy todavía vivía pero ahora de parte de su hija. Por eso fue necesario ordenar la captura de Yurubí. Unos curas católicos fueron los primeros en entrar en contacto con Yurubí y la trataron de cristianizar y hasta le dieron el nombre cristiano de María del Prado. Sin embargo sus intentos fueron en vano, Yurubí no cedió ante el culto a un Dios hombre; bueno pero asesinado al igual que ellos lo estaban siendo. Yurubí siguió siendo guerrera y Sorte era su fuerte. Los españoles le seguían hasta allí pero Yurubí mágicamente se perdía entre la selva, entre los caminos y las brumas de la montaña por ella encantada. Esto es lo que dio pie al comienzo de la leyenda de María Lionza. Finalmente Yurubí fue acorralada por los españoles. Sin miedo, Yurubí subió a un árbol alto, encima de un pozo del río; viéndose rodeada y comenzando sus perseguidores a subir el árbol, Yurubí se lanzó al pozo de aguas cristalinas desde lo alto del árbol. Una vez disipada la espuma y las burbujas, los españoles esperaron ver salir a Yurubí, ver su cuerpo aturdido o muerto por el golpe, sin embargo Yurubí nunca salió del pozo. Los soldados buscaron en el pozo, río arriba y río abajo pero Yurubí no apareció. Retirándose del lugar y ya habiendo avanzado un buen trecho del camino, los soldados voltearon y vieron a Yurubí arriba en la montaña completamente desnuda montada sobre una danta con sus brazos en alto sosteniendo un hueso de cadera de mujer. Con este gesto Yurubí quiso decir que su prole, su gente, su hogar y su cultura estarían a salvo por la fertilidad y aptitud guerrera de la mujer venezolana. En esto se distancia la historia de Yurubí de la de su padre Yaracuy; Yurubí no se dejó atrapar nunca, de hecho no hay registro de su muerte ni de su captura. Yurubí nació y vivió libre. Esta es la pose que capta el artista Alejandro Colina en su escultura hecha en 1.953 y ordenada por el Presidente de la República, Gen. Marcos Pérez Jiménez.

Puede ser que la historia nos haya engañado, como puede ser que la misma historia se haya corrompido para atribuirle a esta mujer indígena un nombre, un linaje o un cuento no ajustado a la realidad. Lo que sí damos por cierto es que Yurubí o sea cual fuere su nombre, estaba en lo cierto. Sus hijas son dignas descendientes de Yaracuy, Chilúa y Yare. Luisa Cáceres de Arismendi, Concepción Mariño, Eulalia Ramos Sánchez de Chamberlain, Josefa Camejo y miles de otras mujeres venezolanas que heredaron sus genes por sangre, nacimiento o por naturalización han demostrado sobradamente su aptitud guerrera contra la opresión y la fecundidad probada por haber parido un país entero que se ha multiplicado varias veces en número desde entonces. Y la prueba es aún más evidente, sus descendientes son nuestras abuelas, nuestras madres, nuestras esposas e hijas. Yurubí estaba en lo cierto. Sus descendientes han formado un país con la fuerza de su voluntad y la fertilidad de sus caderas.


Marcos Sánchez Urquiola