martes, 22 de abril de 2008

POR EL AMOR DE HERMINIA

La Venezuela del siglo antepasado era un país rural; aquí comíamos lo que nosotros mismos producíamos. La población, de unos dos millones y medio de habitantes, no había variado mucho desde hacía varios siglos, pero aún así no fue fácil mantener un país tan grande con tan poca gente. Los españoles que nunca dejaron de llegar al país rápidamente se asimilaban a la corriente criolla que manejaba los rumbos. Aunque se seguían casando entre ellos mismos o con sus descendientes, un país despoblado, una cultura machista, unas clases sociales ya para entonces muy marcadas y en fin, las hormonas y la permisividad llevaron a los hombres de esa época a convertirse en padrotes sembradores de un país y su nación. Blas Urquiola fue uno de ellos; hacendado, comerciante, campesino, criollo de cultura pero sin una gota de sangre venezolana, nacido en 1.899. Nada previno a Blas de hacer muchachos a diestra y siniestra, pero el país que él, sus padres y abuelos conocieron, ya no seguiría siendo el mismo, el modernismo se acercaba y Venezuela cambiaría a partir de la década de los 1.950s.

Para el 1.952 ya Blas había engendrado a la mayoría de sus hijos, 22 en total habidos en muchas mujeres. Herminia fue una de tantos hijos solitarios que de repente aparecían por donde Blas pasaba, una de las mayores de hecho. Para el año en cuestión, ya Herminia era una mujer adulta y casada. A diferencia de las demás historias que se crearon en este país, Blas fue muy bien padre; siempre estuvo consiente y pendiente de sus hijos. La edad ya había comenzado a hacer sus reclamos y Blas se encontraba viviendo desde hacía 25 años en una relación no monógama, por supuesto, pero estable; hijos, un hogar, un negocio, una camioneta y la vida en la ciudad contrastaban y distaban ya mucho de la antigua vida en el campo. Todo estuvo muy calmado hasta que un segundo aire y la adaptación a las nuevas reglas del juego en la ciudad, permitieron a Blas a volver a hacer lo que mejor sabía: muchachos. Escogió a una muchacha y con ella comenzó su “segundo frente”. Otra casa, otros hijos, otra cama, otra familia y con la nueva familia nuevas responsabilidades. En esta oportunidad su última cosecha fueron cuatro mujeres, cuatro bellas criollas que sin necesidad de una segunda mirada evidenciaban algún rasgo de los Pirineos. Hermanas todas de padre y madre, pero las últimas hijas producto de una relación extramarital en un país que comenzaba a cambiar, en una ciudad que ya contaba con una universidad, ya la cosa no era tan fácil. No faltó mucho para que su familia anterior, su esposa e hijas le reclamaran la imprudencia a Blas, los hijos varones fueron más complacientes. El segundo frente pasó entonces a ser de campaña, escondido, protegido. Blas hizo de su segundo hogar un refugio donde pasar agradables ratos y donde rebuscar esa juventud que ya había perdido. Blas a sus 62 años fue padre por última vez y sus ratos agradables los pasaba junto sus nuevas hijas con las que compartía en viajes a la playa en la camioneta del negocio.

En vista de la naturaleza del segundo frente, la descendencia de Blas se dividió en tres partes, los hijos anteriores al matrimonio, los del matrimonio y el segundo frente. Los dos primeros grupos convivían sin problemas, pero el tercero, el de las princesas de rasgos españoles, esas no. Ellas no tuvieron esa ventaja de contarse entre un grupo familiar más grande. Las princesas estaban solas, solitas. En vista de esto Blas llevó a su hija Herminia a casa de las princesas y le expuso la necesidad de darles a ellas también una identidad, un sentido de pertenencia. No precisó Blas de convencer a Herminia, el amor de Herminia hizo el milagro. Herminia fue la hermana mayor que las princesas necesitaban, Herminia fue el lazo, el nexo que les dio a las princesas ese sentido de familia paterna y pertenencia que las princesas necesitaban. Ellas sabían que su padre no era solo, ellas sabían que él sí tenía familia, pero la única parte de esa familia a quien ellas tuvieron acceso, la única representante de esa inmensa prole fue Herminia.

Los años pasaron y el tiempo cobró a Blas la deuda que todos tenemos. Por unos pequeños instantes, un Blas moribundo vio por primera y última vez a su prole toda junta. A los de la una y los de la otra, a los de antes y después. Pero Blas se fue a descansar en paz y su descendencia cada una se fue por su lado, la única vez que se cruzaban sus caminos era cuando había algún funeral o cuando alguno de los hijos varones del matrimonio pasaban a visitar a las princesas. La situación siguió así 20 años después de la muerte de Blas. El día de la muerte de la madre de las princesas, la noticia corrió como pólvora y se hicieron entonces los preparativos de la familia de ir a hacer de nuevo un saludo a la bandera. Entre los saludantes a la bandera estuvo uno que ya no aguantó más tanta indignidad, tanta injusticia y tanta falta de amor. Uno de los nietos de Blas fue donde las princesas que lloraban la muerte de su madre y las invitó a una reunión social, a los 15 años de su hija.

Llegó finalmente el día del cumpleaños, y allí estaban presentes las hijas y los descendientes de Blas en su matrimonio. A ese acto social llegó Herminia con su amor, Herminia con su compromiso de 50 años, Herminia con sus hermanas las princesas, con sus hijos y nietos, y con los hijos de las princesas. Así llegaron todas a sentarse a la cabecera de la mesa donde estaban también las otras hijas y descendientes de don Blas; a sentarse a la misma mesa, a posesionarse del lugar que por derecho propio les corresponde, a oír como les llamaban con todo amor y respeto “tías”. Ya Herminia no es el único familiar paterno de las princesas, ahora Herminia y las princesas y toda su descendencia tienen una inmensa familia paterna que las respeta y las quieren porque Venezuela es otra, porque ya el país esta poblado y en otro siglo, porque cada una de las princesas supo vivir su vida con dignidad y porque Herminia mantuvo un compromiso con su padre de estar allí presente y mantener el amor de Blas ardiendo en la vida de las princesas. Por el amor de Herminia.

DEDICATORIA: A mis muy queridas y respetadas tías: Herminia, Dilcia, Nelly, Ana Cecília y Elba, que Dios nos bendiga a todos con larga vida para recuperar el tiempo perdido y regocijarnos en el vínculo que nos une.

Marcos Sánchez Urquiola
Abril, 2.008